En 2025, la proteína dejó de ser cosa de gimnasio y se volvió la reina del refri. Hoy todos quieren más gramos en su plato, pero sin vaciar la cartera. Lo mismo hay yogures caseros colados que snacks de frijoles con chile o panquecitos de avena con tempeh. La idea es simple: comer bien, llenar el tanque de energía y —de paso— subir masa muscular sin gastar como atleta olímpico.
Las redes hicieron lo suyo. En TikTok abundan los “protein hacks”, videos donde medio mundo enseña cómo colar yogur hasta volverlo griego, o cómo preparar una hamburguesa de lentejas que no se deshaga. En Pinterest las búsquedas de “recetas proteicas baratas” se dispararon, y hasta las mamás suben sus propias versiones de enfrijoladas fitness.
La pandemia dejó una lección: el cuerpo es el único departamento que no se puede subarrendar. Y en ese espíritu, mucha banda decidió darle prioridad a lo que de verdad nutre. Por eso los mercados se llenaron de productos con etiquetas que gritan “alto en proteína”: galletas, pan, yogurt, helado, avena, hasta tortillas. La proteína se volvió la rockstar de la alimentación moderna.
Pero el chiste no está solo en comprar, sino en cocinar. El nuevo lujo es hacerlo tú mismo: yogur casero colado hasta espesar, pan de avena con clara de huevo, hummus con garbanzo tostado, o desayunos de frijoles refritos con huevo y aguacate que ahora presumen hashtags de #mealprep. En barrios y mercados ya se nota: hay más interés por el tempeh, el tofu y las legumbres fermentadas que hace apenas unos años eran rareza de tienda naturista.
En la parte seria, los nutriólogos coinciden: la proteína es necesaria para mantener músculo, fuerza y saciedad. Pero también recuerdan que no se trata de comer bistec mañana, tarde y noche. Lo importante es combinar fuentes: un poco de animal, un poco de vegetal. Frijoles, huevo, yogur y semillas son aliados accesibles y balanceados.
La tendencia también es económica. Ante la subida de precios en carnes y suplementos, muchas familias mexicanas se pusieron creativas. Los frijoles de olla se volvieron protagonistas, el huevo regresó al desayuno de diario, y el yogur casero colado al trapo se hizo viral por rendidor. En otras palabras: la proteína se democratizó.
En redes sociales la discusión ya no es “cuánta comes”, sino “de dónde viene”. Los influencers de bienestar promueven el equilibrio: no hace falta vivir de shakes ni de pechuga a la plancha. Una dieta rica en proteína puede ser igual de sabrosa, siempre que haya sazón y variedad.
Claro, no falta quien se pase de rosca. Los excesos también traen consecuencias si se descuida la fibra o los vegetales. Pero en general, el movimiento apunta a un nuevo tipo de alimentación: práctica, funcional y sin tanto rollo. Comer bien sin drama, con productos locales y trucos caseros que cualquiera puede replicar.
Si algo deja claro el 2025 es que la proteína ya no es moda: es cultura popular. Está en la lonchera, en el lunch de oficina y en la cena de barrio. El secreto no está en contar gramos, sino en echarle ingenio y cariño al plato. Porque al final, el cuerpo se cuida mejor cuando se cocina con cabeza… y con sazón.